9/4/08

Stella Alpina ’07. Crónica de un Viaje de Subidas y Bajadas. (I)

Esta aventura comenzó en el mismo momento en que Ferran y yo abrimos los mapas para ver si nos poníamos de acuerdo en elegir la ruta de ida a la concentra. Eran las 12 de la noche en casa de Laura y Ferran, a las 04:00 nos levantamos y todavía quedaban cosas por hacer… Menos mal que Laura nos hizo la cena, que si no, aún estaríamos liados. Gracias por esto y por dejarme dormir en vuestra casa, jeje.
Al fin, después de acabar de atar unos pulpos en la Transalp y tener en mente que seguro que nos olvidábamos algo, salimos a las 05:45 dirección Sils donde nos aguardaban Lluis y Jose. Nada mas coger la carretera de curvas que enlaza con la directa a Sils, Ferran le metió buen ritmo a la cosa. Esa sería la tónica durante todo el viaje: muchas curvas a muy, muy buen ritmo. En menos de 50 km fuimos capaces de perdemos y no acertamos a encontrar una indicación para Girona. Pues empezamos bien, no me quiero ni imaginar por esas carreteras perdidas de Francia. Una vez llegados al punto de encuentro, saludos, risas, unas fotos y nos pusimos en marcha los 4 jinetes.
Sobre las 7 y pico salimos de La Jonquera, almorzados y con los depósitos llenos. Esa sería la última vez que llenábamos combustible al precio más barato, aunque más adelante nos daríamos cuenta de que nos están tomando el pelo en España y que en Francia no es tan cara la gasofa, teniendo en cuenta que el sueldo medio es más elevado que aquí. ¡Viva España!
El comienzo de la ruta fue bastante tranquilo, discurriendo por la N-9 con destino Beziers, a un ritmo legal. Al llegar a esta población dejaríamos las nacionales hasta la tarde, que sería más o menos la mitad de la ruta.
Al comienzo, las carreteras secundarias eran bastantes rectilíneas, pero a medida que nos adentrábamos en el interior de Francia se empezaban a retorcer. Aquí es donde se inicia el trastorno de personalidad motero de estos 4 personajes de la historia. A medida que nos íbamos acercando a los puertos de montaña y a los profundos valles, el ritmo de viaje se volvía cada vez más veloz, desafiando en cada curva a la misma gravedad y a la adherencia de los neumáticos. Un ritmo que curiosamente imprimía siempre el primero que cogía el turno para guiarnos por las carreteras y que ninguno de los demás osaba criticar, más bien al contrario, acechábamos a la zaga para que no lo bajara. Era cómico ver como en las zonas de parada para consulta de mapa y cambio de guía, se sucedían los comentarios sobre bajar, esta vez sí, el ritmo ya que íbamos cargados como burros. ¡Ja! A mi me entró la risa nerviosa más de una vez, cuando iba en la cola del grupo, al ver como tumbábamos rápidamente y con una precisión tal sobre carreteras que no habíamos pisado en la vida. Debe ser por los muchos kilómetros que hemos hecho a lo largo de nuestra vida y lo bien compenetrados que vamos cuando llevamos el cuchillo en la boca. Eso sí, el asfalto perfecto, limpio en su inmensa mayoría y con muy buen agarre, y sobretodo muy buen rollo con casi todos los demás usuarios de la carretera.
Allí en Francia, el concepto de civismo en la conducción se lleva a buen término, y prácticamente todos los vehículos que asolábamos se apartaban del camino para dejarnos pasar. Por lo tanto, como se debe, correspondíamos al acto con un saludo con la mano o con el pie. Así acabamos hasta las narices del buen rollo de apartarse y saludar, porque era una acción constante. Y también con los moteros franceses. Mucho se debería aprender en España de la supuesta solidaridad que se está perdiendo año tras año por nuestras vías. Allí todo el mundo saluda, ya sea adelantándote (cosa que ocurrió poquísimo, jeje) o cruzándote, hasta por la autovía. Igualito que aquí, ¿verdad? que le cuesta a la gente hasta levantar los dedos del puño para darte un miserable saludo de cortesía. Mucho dominguero de verano es lo que hay por estas carreteras.
A este ritmo llegamos a un pueblo llamado Alès, en donde como buenos moteros hispanos que somos, nos decidimos a parar a comer a pie de carretera en un bonito prado de hierva fresca y sombras que servía de nudo entre varias carreteras. Allí degustamos nuestras viandas caseras envueltas en papel de aluminio y fiambreras, allí descansamos del calor y aireamos nuestros calcetines sudados en la fresca brisa y allí tuvimos el primer percance serio del viaje. Aprovechando la parada engrasé la cadena de mi V, apoyando el caballete central en el arcén, sin darme cuenta que del intenso calor que hacía el asfalto sin compactar de esta zona estaba muy derretido. Así, al cabo de unos minutos después de la operación se oyó un trompazo y mi moto, cargada hasta los topes se fue a parar al suelo. Afortunadamente los daños fueron menos de los que se podían haber esperado y sólo se rompió el retrovisor derecho (menos mal que no fue el otro), se desajustó el carenado y el portamaletas. Nada más, así que continuamos la marcha hacia nuestro destino con la sensación de que se podía haber ido todo a tomar por saco por una chorrada.
El calor se hacía cada vez más sofocante y más adelante paramos a descansar y hacer unas pocas fotos en una zona realmente bonita y turística: Les Gorges de l’Ardèche. Paramos a ver el espectáculo de la naturaleza en un puerto de montaña muy concurrido en una carretera retorcida y plagada de coches y caravanas que iban y venían de los campings de la zona y de los accesos al angosto río que con el paso de los muchos millones de años fue horadado la roca hasta darle ese caprichoso aspecto. Lo más curioso de todo el paisaje era un enorme puente natural de unos 30 metros de altura (igual exagero un poco pero podéis ver fotos…), el Pont d’Arc, por el que transcurría el río y en el que en sus orillas de fina arena plantaban las toallas decenas de bañistas, a lo largo del afluente. Impresionante ver como la gente se tiraba de unas alturas considerables desde este arco de piedra. Aquí coincidimos todos en la falta de tiempo con el que contábamos para realizar el recorrido, porque hubiese sido estupendo haber podido hacer una parada de al menos un día para disfrutar de la zona con tranquilidad. ¡Ahí queda eso, apuntadlo para otra ocasión!
El rigor de los calores afectó un poco a Jose y decidió seguir adelante por esas carreteras perdidas de la mano de dios, sin la chaqueta y luciendo un estupendo palmito con una camiseta sin mangas al más puro estilo cow-boy. Igual pensaba que iba sobre alguna de sus añoradas custom ¡Ya le vale al vaquero!
Tiempo más tarde nos perdimos en un reliado tramo de carreteras comarcales, nacionales y autopistas, dividiendo el grupo en dos. Por suerte conseguimos volver a juntarnos, tras perder una media hora y un poco de paciencia por parte de todos. A partir de aquí seguimos la ruta por nacionales, la 94 y la 994 que no dejaríamos hasta llegar a la frontera con Francia. Fue bonito poder recordar algunos tramos preciosos de esta vía, que lejos de tratarse de una carretera rectilínea, es un magnífico tramo de curvas rapidísimamente entrelazadas que ofrecen una muy alta velocidad media. La otra vez que la recorrí iba con una BMW F-650 e iba a lo que me daba la máquina. Ahora, en cambio pude disfrutar de una conducción más relajada, sobretodo para el motor y centrarme exclusivamente en las trazadas sin hacerle mucho caso al cuentarrevoluciones. Caso contrario para mis compañeros que aunque llevaban unas potentes trails bicilíndricas, no dejaban de ser eso, trails sobre carreteras rápidas. No obstante, nada impidió que nos lo pasáramos de puta madre. Como anécdota del frenesí que llevábamos, comentar que ni a Ferran ni a Lluis les funcionaba el cuentakilómetros y ya cerca de Italia, en una bajada pronunciadísima pude ver como le sacábamos las pegatinas a una moto que adelantamos, más otros 4 coches de una misma tacada, a unos 140 km/h (o más) según el reloj de mi moto, y eso que yo iba el último ¡eh!
El cansancio general se notaba y con ello, las ganas de llegar se acentuaban, por lo que si todas las horas de viaje anteriores las podíamos calificar de intensas, ahora se convertían en frenéticas. En un largísimo puerto de montaña que nos llevaba al límite con Italia, después de Briançon, el ritmo se convirtió en infernal y me quedé acojonado de ver como comenzamos a adelantar a coches y autocaravanas de forma casi demencial. Yo seguía yendo a la cola y gracias a que disponía de más potencia en mi cacharro porque sino les hubiese perdido el rastro en menos de tres curvas. Aquello dio miedo, mucho miedo y me acordé de la invitación que hice a varios colegas míos que no tenían mucha experiencia para que nos acompañaran en esta aventurilla. Menos mal que no se apuntaron, se habría convertido en un drama, je.Por fin llegamos a Oulx, ya en Italia y allí perdimos otra media hora más en descubrir como carajo teníamos que salir de ese pueblo y que carretera coger para llegar a Bardonecchia. Pero fue lo de menos porque cuando alcanzamos este último y tras celebrar nuestra triunfal llegada con unas cervecitas, tardamos más de una hora en encontrar el maldito camino para subir a la montaña.
Estuvimos preguntando a todo el mundo pero nadie parecía saber exactamente donde quedaba el sitio. Unos nos mandaban para aquí, otros para allí y otros se encogían de hombros. Yo me lié la manta a la cabeza y me largué por un camino que salía del pueblo y que creía recordar como bueno. Cuando volví con el rabo entre las piernas me encontré a mis compis junto con un hombre del pueblo que no sólo sí sabía donde estaba el lugar sino que insistió en acompañarnos con su coche. Gracias al detalle de este buen hombre conseguimos enlazar con el camino de tierra que nos separaba por unas pocas decenas de kilómetros de nuestra meta definitiva. Para colmo de desgracias, la Transalp de Ferran comenzó a dar la nota y se quedó sin batería para poder arrancarla. A partir de aquí y en adelante, lo tendríamos que hacer empujando. Como molaba eso de que se nos quedara la gente mirando, nosotros tan bien equipados y con estas motos tan excelentes, muy orgullosos de nuestra condición de moteros para acabar arrancando a empujón una de las motos. Siempre acabamos tirando el glamour pos los suelos…
A estas alturas yo empezaba a arrastrar una poderosa migraña producida por las cervecitas anteriores (problemillas con excesos en mis años mozos, ja, ja), que justamente llegó a la cumbre en medio de la oscuridad y yo practicando sanamente el enduro con mi VFR por un caminito que no era el más adecuado para una deportiva de carretera, y menos cargado como iba. Los mamones de mis amigos aquí sí se lo pasaron bien, aunque a estas alturas ya estábamos tan reventados que lo único que deseábamos era llegar de una vez por todas a la acampada.
Por fin plantamos las tiendas (yo bajo mi intensa migraña y con cara de muy pocos amigos). El tiempo se nos echaba encima, eran más de las 11 de la noche y aún teníamos que hacer las brasas para la carne que llevábamos desde casa. La tensión acumulada de todo el día estalló en esos momentos, cuando Lluis y Ferran se pusieron a discutir como era la mejor manera de hacer el fuego y la carne. Jose no quiso meterse en el tema (y bien que hizo) y se abstrajo en sus pensamientos y yo por mi parte, bastante tenía que se me estaba empezando a pasar el dolor de cabeza. De todas formas, ahora nos acordamos del momento y nos reímos, sabiendo que siempre pasa lo mismo y que seguirá pasando en futuras excursiones, cuando nos juntemos los zopencos de rigor. Ya sabemos que esto es un problema atávico que viene de lejos, muchos de miles de años atrás cuando el hombre descubrió el fuego y como controlarlo, así que no vamos ahora a cambiar nuestras costumbres ¿no? La cena como cabría esperar, fue espantosa y creo recordar que alguien si comió algo en condiciones, aunque no fui yo, precisamente. Mañana sería un nuevo día y aún nos quedaban muchas aventurillas por delante.

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