11/4/08

Stella Alpina ’07. Crónica de un Viaje de Subidas y Bajadas. (III)

El día amaneció sin lluvia y despejado, menos mal pues hubiese sido asqueroso guardar las cosas bajo un chaparrón. Desayunamos y ya dispuestos a irnos, nos dio tiempo a comernos un trozo de pastel con el que nos obsequiaron de nuevo por el aniversario. Muy buena gente, lástima que no nos pudimos comunicar muy bien con ellos porque seguro que hubiese sido gratificante.
De nuevo a seleccionar un buen puñado de carreteras alternativas para regresar, esta vez hacia el suroeste. El clima se comportó y nosotros imprimimos un buen ritmo de velocidad media, subiendo y bajando puertos de montaña, adentrándonos en tupidos bosques y recorriendo mesetas que nos permitían admirar un estupendo paisaje. Como siempre con prisas, no pudimos disfrutar más de los encantadores pueblos y rincones con los que nos encontrábamos constantemente y en la mente de todos quedó grabada la promesa de volver otra vez con mucho más tiempo para recorrerlo todo palmo a palmo.
Pasando otra vez por Alès, Lluis decidió que se acercaría a coger la autopista para llegar lo antes posible a casa, pues sus responsabilidades como padre le apretaban. Ferran y yo, por nuestra parte no teníamos tanta prisa y optamos por seguir por secundarias hasta Beziers, donde cogeríamos la nacional del primer día, dirección Barcelona.
Después de tantas curvas y curvas, llego un momento en que nosotros mismos acabamos más que satisfechos y si no cansados, un poco saturados de tanto frenar, entrar en curva, tumbar y darle de nuevo al gas para llegar otra vez a una curva y así, sin parar cientos de kilómetros. Cuando llegamos por fin a Beziers, nos felicitamos por lo bien que había ido todo hasta el momento y lo bien que lo estábamos pasando, y deseamos que hubiésemos estado todo el grupo al completo para comentar la jugada.
Una vez en la nacional, el único contratiempo que nos surgió fue de nuevo el error al calcular la gasolina y otra vez nos vimos en la tesitura de canjear dinero por gasolina en un centro comercial, faltándonos solamente unos 150 km para llegar a la frontera. Afortunadamente, con las pintas que llevábamos y la cara de angelitos desesperados que poníamos, poca gente pensaría que los intentáramos timar. Creo que la próxima vez que vayamos fuera de España nos llevaremos unos bidones con unos 10 litros extras, para no tener que ir siempre sufriendo.
Sobre las 23:00 pasábamos cerca de la casa de Lluis y días después nos enteraríamos de que él había llegado sobre las 22:00, así que tampoco nos implicó tanta demora el seguir por secundarias y nacionales, además del dinero que nos ahorramos en peajes. Casi dos horas más tarde llegaba a casa, reventado pero supersatisfecho por el viaje y por haber compartido esos buenos momentos con mis amigos y por lo magníficamente bien que se había portado mi VFR, toda una campeona.
En total fueron 3 días maravillosos, del 7 al 9 de julio, recorriendo sobre 2.000 km, de los cuales unos 1.400 fueron por carreteras secundarias. Toda una pequeña aventura en un mundo de motoristas en el que sólo oyes hablar de trayectos por autopista, velocidades punta y potencia a raudales. Desde aquí, la Peña Moto Basura siempre reivindicará el romanticismo de perdernos por esos rincones encantadores y disfrutar, con unos buenos planos y no con el fastidioso GPS, de esas maravillosas carreteras que aún nos están llamando para que las exploremos con nuestras incansables motocicletas, sean de la cilindrada que sean y sin importarnos la potencia ni el tipo de moto.


Más fotografías del viaje aquí.

Stella Alpina ’07. Crónica de un Viaje de Subidas y Bajadas. (II)

Al día siguiente nos despertamos cuando quisimos. Yo recordaba un gran alboroto de gente y motos de la vez anterior y temía que no pudiéramos descansar a partir de cierta hora. Pues no, esta vez no se oía grandes tumultos y sobre las 09:00 creo recordar que me levanté. Coincidí con Ferran, Lluis dormiría hasta un poco más tarde y Jose acababa de levantarse para rápidamente desaparecer a su bola y no volver a verlo hasta entrado el medio día. No hacía mucho fresco pero el día no estaba muy católico, había muchas nubes y amenazaba con lluvia. Como Ferran es un tío muy práctico y sobretodo muy limpio, no se le ocurrió otra cosa que la genial idea de pegarse un bañito en uno de los dos lagos artificiales que había en el transcurso del río que bajaba de la misma montaña que debíamos subir más adelante. Todo esto a esas tempranas horas de la mañana y a unos 3.000 metros de altitud, con nieve en las caras norte de las cimas, casi nada… Además tuvo la osadía de repetir el salto de honor porque yo me lié con el descojone que llevaba al disparar la cámara.
Ya limpitos, desayunados y evacuados, nos dispusimos a dar una vuelta por los alrededores de la concentración para admirar las máquinas y los chiflados que andaban sueltos por aquí. Aquí podemos ver la colección más grande de austriacos, suizos y alemanes, amén de italianos y franceses (porque juegan en casa o casi) e ingleses (porque siempre se apuntan a estas concentraciones auténticas), con BMW HP’s (léase GS’s preparadas para off-road) y KTM del mercado. Incluso sides preparados para montaña y motos de carretera adaptadas para el verde. Calidades de preparación casi siempre apuntando a nota muy alta, aunque nunca se escapan chapuzas muy a la española.
A todo esto no sé quien se encontró con unos españoles (no fuimos los únicos pero casi) que venían de Lleida. Por lo visto eran amiguetes de Jose, y es que nuestro amigo conoce a media fauna española adictos a concentras. Nos comentaron que por la tarde estarían alojados en un cámping auténticamente motero de Francia y nos invitaron a ir. Tome nota bajo un plano que llevaba de la localización por si acaso. Más adelante comentamos que podría ser una muy buena idea pasar por allí para pernoctar ya que no habíamos hecho planes para la vuelta, ni sobre la ruta ni sobre las paradas.
Tras el encuentro y unas vueltas por la acampada para ver si encontrábamos a Jose, cosa infructuosa, decidimos que era el momento adecuado para enfrentarse a la subida a la montaña, en busca de la medalla y la camiseta. Para Lluis aquello era coser y cantar con su SuperTénéré y su manejo pero para Ferran, aunque llevaba una buena moto como la Transalp, escaseaba de experiencia en montaña y no las tenía todas consigo. Por mi parte, con buena experiencia pero con la moto más inadecuada sólo me quedaba encomendarme a San Glas para no pegarme una faba y dejar la V de recuerdo en Italia. Lluis fue tirando primero, haciendo la goma y divirtiéndose como un enano y Ferran me fue escoltando por si acaso me la metía. Lo cierto es que tampoco entrañaba una dificultad exagerada pues la pista estaba en bastantes buenas condiciones. Me limitaba a seguir la trazada buena e ir dejando pasar a los quemados con trails o enduros que me comían el culo. Así llegamos a un punto conflictivo plagado de trails BMW (de serie) haciendo cola pues no se atrevían a seguir adelante. La dificultad estribaba en una placa de piedras que salía del suelo y un peñasco que obstaculizaba el único paso decente para todo aquello que no tuviera más de un palmo de altura libre al suelo, o sea, la VFR. Paré donde pude, pues como he dicho los dueños de esas magnificas motos se agrupaban en desorden, temerosos de ensuciar sus monturas con el barro esparcido por la pista. Con la ayuda de mis compañeros pusimos unas piedras para salvar un agujero inmediato a un escape para rodear la gran piedra. Un poco de equilibrio con el embrague y el gas, remar un poco con las piernas y el paso quedó atrás sin muchas dificultades. Nos partimos de risa al ver como los señoritos nos observaban con las maniobras e inmediatamente encendían sus motos para seguir el camino abierto. Si llego a venir con mi antigua BMW les hubiese enseñado como se pasaba volando ese tramo de piedras. En fin, lo que comentábamos, de domingueros hay en todos sitios, hasta aquí.
Continuamos por el camino hasta que por fin nos encontramos con Jose. Bajaba de la cima y nos dijo que debido a la gran cantidad de nieve, la reunión para darnos el premio lo habían puesto… unos 200 m nada más iniciar la pista. Con la concentración de la conducción pasamos por delante del control y ni nos dimos cuenta. A estas alturas yo tenía las muñecas y los riñones machacados, aparte de que sonaba no sé qué en la moto que no me hacía mucha gracia. Además, Jose comentó que había un par de pasos difíciles en los que la nieve había tapado el terreno, justo en unas curvas muy cerradas en subida. Quizás para subir tenía alguna opción pero bajando con los neumáticos que calzaba, podría ser ostión seguro. Barajé todas las posibilidades y decidí dejar la moto aparcada en una explanada y que me subiera Jose con su Transalp. La subida no tuvo más dificultades que el ir esquivando el intenso tráfico en el escaso kilómetro y medio que faltaba para la cima. Fue una lástima quedarme a tan poco del final pero creo que decidí adecuadamente.
Por fin paramos donde ya no se podía continuar más, aunque había gente haciendo verdaderas locuras sobre la nieve. Allí estuvimos un buen rato, observando a los zumbados como se iban pegando leches o la habilidad de otros para esquivarlas. Recuerdo que la primera vez que vinimos había más nieve alrededor nuestro pero estaba como más bien distribuida, de modo que nos permitió llegar en moto hasta la zona del lago y propició igualmente el disfrute a los más quemados del malabarismo sobre nieve. Después de un rato y hacernos las fotos de rigor, marchamos para abajo. En una de las famosas curvas con nieve, Ferran tuvo dificultades para enlazarla y a punto estuvo de estampar la moto en el suelo. Menos mal que me di cuenta de la situación y le eché un cable para impedir el desastre. A partir de ahí, incluyendo la recogida de mi moto, no hubo nada más reseñable de mención hasta la zona de las medallas, a parte de mi cansancio debido a la delicada conducción.
Lo de los premios fue un poco timo, pues por la camiseta nos querían clavar unos 20 €, viendo que la calidad del tejido dejaba mucho que desear. Las medallas se habían agotado pero creo que también costaban un ojo de la cara. Al menos hicimos un pequeño almuerzo de bocata y bebida por la cara, porque todavía no sé si podíamos cogerlo gratis o había que pagar algo también. Ferran al final si compró una camiseta para llevársela de recuerdo a su crío, cosas de los papis…
El cielo cada vez se estaba poniendo más plomizo y presagiaba un buen chaparrón, de esos de los Pirineos. Así, que fuimos tirando y recogimos con cierta prisa el campamento. Detalle a recordar la visión del pedazo de colchón de espuma que se trajo Lluis para dormir, todo un señor en cuanto a comodidad. En fin, somos la Peña Moto Basura y eso se lleva muy adentro. A medida que íbamos bajando hacia el pueblo, el tiempo empeoraba por momentos hasta que al final comenzó a llover cerca de Bardonecchia. Allí, Jose decidió que quería continuar la ruta en solitario, más tranquilamente y que quizá nos encontraríamos en el cámping motero. De modo que nos despedimos y llenamos depósitos para continuar con la aventura, pasados por agua. Detalle sobre los motoristas italianos que son casi tan simpáticos como nosotros. De todos los saludos que lanzamos no se nos devolvió ni tan siquiera uno, entonces debe ser que los bichos raros son los franceses.
Una vez salidos de Briançon, ya en tierras francesas, encaramos nuestras motos hacia el oeste, dirección al cámping. El maravilloso paisaje, con los Alpes a nuestra derecha y un inmenso cañón al otro lado, junto con el recorrido de la carretera bien suplió la incomodidad de la lluvia. La ruta no debía ser muy larga porque más o menos hacíamos la mitad de camino que el día anterior. Una vez paró la lluvia, alrededor de mediodía y con el asfalto ya seco, nos lo volvimos a pasar en grande trazando con una seguridad espantosa por sitios que no habíamos pisado antes jamás. Desgraciadamente, el reloj se encargo de desmentir nuestro pensamiento inicial, pues con el engaño de la distancia elegimos rutas totalmente alternativas de la estupenda red de carreteras secundarias que nos proveía esta región. Esto, más el clima de la mañana y que también perdimos un montón de tiempo liados con el tema de los repostajes de gasolina en este país. A partir de las 6 de la tarde cierran todas las gasolineras que no estén en una gran ciudad y la única forma de abastecerse es a través de los surtidores de las grandes superficies o supermercados. Lo malo es que sólo funcionan con una tarjeta de crédito emitida en Francia, por lo que las Visa y demás no sirven de absolutamente nada. Así que en situación extrema, ya que yo hacía 40 km que iba en reserva y Ferran que acababa de entrar y no nos daba para llegar al cámping, decidimos hacernos entender medio en francés, medio en inglés, medio en catalán (por lo de que se parece un poco al francés) con una joven pareja para que nos aceptara unos euros en metálico a cambio de que ellos nos echaran la gasolina con su tarjeta. La chavala se comenzó a partir de la risa (aunque a esas alturas estábamos un poco desesperados) y el chico acepto sin problemas el canje. Comentamos después que seguramente éramos la anécdota más curiosa que les debía haber pasado desde hacía unos cuantos días. Por fin llegamos, tras costarnos un huevo encontrar el dichoso cruce que nos llevaría al destino, al famoso cámping. Justo en el tiempo en que comenzó a caer la noche. El sitio, auténtico donde los haya. Hasta prohibían la entrada de coches y animales, solamente motos o sides. Nos recibieron con un ¡Viva España! (cuanto daño ha hecho Manolo Escobar para nuestra imagen) y con una cervecita bien fresquita (la mía sin alcohol, pero excelente). El ambiente genial y 100% motard. Todo muy cuidado y limpio y la dueña muy atenta con nosotros. ¿Dónde te pueden dejar hacer un burn-out en la misma plaza de la recepción si no es aquí? Fue estupendo. Allí volvimos a encontrar al chico de Lleida y estuvimos charlando con él hasta altas horas de la noche, en la que nos contó anécdotas de su época corriendo rallyes de asfalto, todo un personaje. Gran detallazo de los dueños que nos invitaron a una ronda porque era el cumpleaños de la mujer. Cuando salimos del bar para ir a dormir descubrimos que estaba lloviendo de nuevo. Que asco. Mi tienda, que es muy cutre no aguantó ni media hora y tuve que ir a dormir a la de Ferran, pues estaba totalmente encharcada. Debíamos descansar porque mañana todavía quedaba un buen tute para llegar a casa.

9/4/08

Stella Alpina ’07. Crónica de un Viaje de Subidas y Bajadas. (I)

Esta aventura comenzó en el mismo momento en que Ferran y yo abrimos los mapas para ver si nos poníamos de acuerdo en elegir la ruta de ida a la concentra. Eran las 12 de la noche en casa de Laura y Ferran, a las 04:00 nos levantamos y todavía quedaban cosas por hacer… Menos mal que Laura nos hizo la cena, que si no, aún estaríamos liados. Gracias por esto y por dejarme dormir en vuestra casa, jeje.
Al fin, después de acabar de atar unos pulpos en la Transalp y tener en mente que seguro que nos olvidábamos algo, salimos a las 05:45 dirección Sils donde nos aguardaban Lluis y Jose. Nada mas coger la carretera de curvas que enlaza con la directa a Sils, Ferran le metió buen ritmo a la cosa. Esa sería la tónica durante todo el viaje: muchas curvas a muy, muy buen ritmo. En menos de 50 km fuimos capaces de perdemos y no acertamos a encontrar una indicación para Girona. Pues empezamos bien, no me quiero ni imaginar por esas carreteras perdidas de Francia. Una vez llegados al punto de encuentro, saludos, risas, unas fotos y nos pusimos en marcha los 4 jinetes.
Sobre las 7 y pico salimos de La Jonquera, almorzados y con los depósitos llenos. Esa sería la última vez que llenábamos combustible al precio más barato, aunque más adelante nos daríamos cuenta de que nos están tomando el pelo en España y que en Francia no es tan cara la gasofa, teniendo en cuenta que el sueldo medio es más elevado que aquí. ¡Viva España!
El comienzo de la ruta fue bastante tranquilo, discurriendo por la N-9 con destino Beziers, a un ritmo legal. Al llegar a esta población dejaríamos las nacionales hasta la tarde, que sería más o menos la mitad de la ruta.
Al comienzo, las carreteras secundarias eran bastantes rectilíneas, pero a medida que nos adentrábamos en el interior de Francia se empezaban a retorcer. Aquí es donde se inicia el trastorno de personalidad motero de estos 4 personajes de la historia. A medida que nos íbamos acercando a los puertos de montaña y a los profundos valles, el ritmo de viaje se volvía cada vez más veloz, desafiando en cada curva a la misma gravedad y a la adherencia de los neumáticos. Un ritmo que curiosamente imprimía siempre el primero que cogía el turno para guiarnos por las carreteras y que ninguno de los demás osaba criticar, más bien al contrario, acechábamos a la zaga para que no lo bajara. Era cómico ver como en las zonas de parada para consulta de mapa y cambio de guía, se sucedían los comentarios sobre bajar, esta vez sí, el ritmo ya que íbamos cargados como burros. ¡Ja! A mi me entró la risa nerviosa más de una vez, cuando iba en la cola del grupo, al ver como tumbábamos rápidamente y con una precisión tal sobre carreteras que no habíamos pisado en la vida. Debe ser por los muchos kilómetros que hemos hecho a lo largo de nuestra vida y lo bien compenetrados que vamos cuando llevamos el cuchillo en la boca. Eso sí, el asfalto perfecto, limpio en su inmensa mayoría y con muy buen agarre, y sobretodo muy buen rollo con casi todos los demás usuarios de la carretera.
Allí en Francia, el concepto de civismo en la conducción se lleva a buen término, y prácticamente todos los vehículos que asolábamos se apartaban del camino para dejarnos pasar. Por lo tanto, como se debe, correspondíamos al acto con un saludo con la mano o con el pie. Así acabamos hasta las narices del buen rollo de apartarse y saludar, porque era una acción constante. Y también con los moteros franceses. Mucho se debería aprender en España de la supuesta solidaridad que se está perdiendo año tras año por nuestras vías. Allí todo el mundo saluda, ya sea adelantándote (cosa que ocurrió poquísimo, jeje) o cruzándote, hasta por la autovía. Igualito que aquí, ¿verdad? que le cuesta a la gente hasta levantar los dedos del puño para darte un miserable saludo de cortesía. Mucho dominguero de verano es lo que hay por estas carreteras.
A este ritmo llegamos a un pueblo llamado Alès, en donde como buenos moteros hispanos que somos, nos decidimos a parar a comer a pie de carretera en un bonito prado de hierva fresca y sombras que servía de nudo entre varias carreteras. Allí degustamos nuestras viandas caseras envueltas en papel de aluminio y fiambreras, allí descansamos del calor y aireamos nuestros calcetines sudados en la fresca brisa y allí tuvimos el primer percance serio del viaje. Aprovechando la parada engrasé la cadena de mi V, apoyando el caballete central en el arcén, sin darme cuenta que del intenso calor que hacía el asfalto sin compactar de esta zona estaba muy derretido. Así, al cabo de unos minutos después de la operación se oyó un trompazo y mi moto, cargada hasta los topes se fue a parar al suelo. Afortunadamente los daños fueron menos de los que se podían haber esperado y sólo se rompió el retrovisor derecho (menos mal que no fue el otro), se desajustó el carenado y el portamaletas. Nada más, así que continuamos la marcha hacia nuestro destino con la sensación de que se podía haber ido todo a tomar por saco por una chorrada.
El calor se hacía cada vez más sofocante y más adelante paramos a descansar y hacer unas pocas fotos en una zona realmente bonita y turística: Les Gorges de l’Ardèche. Paramos a ver el espectáculo de la naturaleza en un puerto de montaña muy concurrido en una carretera retorcida y plagada de coches y caravanas que iban y venían de los campings de la zona y de los accesos al angosto río que con el paso de los muchos millones de años fue horadado la roca hasta darle ese caprichoso aspecto. Lo más curioso de todo el paisaje era un enorme puente natural de unos 30 metros de altura (igual exagero un poco pero podéis ver fotos…), el Pont d’Arc, por el que transcurría el río y en el que en sus orillas de fina arena plantaban las toallas decenas de bañistas, a lo largo del afluente. Impresionante ver como la gente se tiraba de unas alturas considerables desde este arco de piedra. Aquí coincidimos todos en la falta de tiempo con el que contábamos para realizar el recorrido, porque hubiese sido estupendo haber podido hacer una parada de al menos un día para disfrutar de la zona con tranquilidad. ¡Ahí queda eso, apuntadlo para otra ocasión!
El rigor de los calores afectó un poco a Jose y decidió seguir adelante por esas carreteras perdidas de la mano de dios, sin la chaqueta y luciendo un estupendo palmito con una camiseta sin mangas al más puro estilo cow-boy. Igual pensaba que iba sobre alguna de sus añoradas custom ¡Ya le vale al vaquero!
Tiempo más tarde nos perdimos en un reliado tramo de carreteras comarcales, nacionales y autopistas, dividiendo el grupo en dos. Por suerte conseguimos volver a juntarnos, tras perder una media hora y un poco de paciencia por parte de todos. A partir de aquí seguimos la ruta por nacionales, la 94 y la 994 que no dejaríamos hasta llegar a la frontera con Francia. Fue bonito poder recordar algunos tramos preciosos de esta vía, que lejos de tratarse de una carretera rectilínea, es un magnífico tramo de curvas rapidísimamente entrelazadas que ofrecen una muy alta velocidad media. La otra vez que la recorrí iba con una BMW F-650 e iba a lo que me daba la máquina. Ahora, en cambio pude disfrutar de una conducción más relajada, sobretodo para el motor y centrarme exclusivamente en las trazadas sin hacerle mucho caso al cuentarrevoluciones. Caso contrario para mis compañeros que aunque llevaban unas potentes trails bicilíndricas, no dejaban de ser eso, trails sobre carreteras rápidas. No obstante, nada impidió que nos lo pasáramos de puta madre. Como anécdota del frenesí que llevábamos, comentar que ni a Ferran ni a Lluis les funcionaba el cuentakilómetros y ya cerca de Italia, en una bajada pronunciadísima pude ver como le sacábamos las pegatinas a una moto que adelantamos, más otros 4 coches de una misma tacada, a unos 140 km/h (o más) según el reloj de mi moto, y eso que yo iba el último ¡eh!
El cansancio general se notaba y con ello, las ganas de llegar se acentuaban, por lo que si todas las horas de viaje anteriores las podíamos calificar de intensas, ahora se convertían en frenéticas. En un largísimo puerto de montaña que nos llevaba al límite con Italia, después de Briançon, el ritmo se convirtió en infernal y me quedé acojonado de ver como comenzamos a adelantar a coches y autocaravanas de forma casi demencial. Yo seguía yendo a la cola y gracias a que disponía de más potencia en mi cacharro porque sino les hubiese perdido el rastro en menos de tres curvas. Aquello dio miedo, mucho miedo y me acordé de la invitación que hice a varios colegas míos que no tenían mucha experiencia para que nos acompañaran en esta aventurilla. Menos mal que no se apuntaron, se habría convertido en un drama, je.Por fin llegamos a Oulx, ya en Italia y allí perdimos otra media hora más en descubrir como carajo teníamos que salir de ese pueblo y que carretera coger para llegar a Bardonecchia. Pero fue lo de menos porque cuando alcanzamos este último y tras celebrar nuestra triunfal llegada con unas cervecitas, tardamos más de una hora en encontrar el maldito camino para subir a la montaña.
Estuvimos preguntando a todo el mundo pero nadie parecía saber exactamente donde quedaba el sitio. Unos nos mandaban para aquí, otros para allí y otros se encogían de hombros. Yo me lié la manta a la cabeza y me largué por un camino que salía del pueblo y que creía recordar como bueno. Cuando volví con el rabo entre las piernas me encontré a mis compis junto con un hombre del pueblo que no sólo sí sabía donde estaba el lugar sino que insistió en acompañarnos con su coche. Gracias al detalle de este buen hombre conseguimos enlazar con el camino de tierra que nos separaba por unas pocas decenas de kilómetros de nuestra meta definitiva. Para colmo de desgracias, la Transalp de Ferran comenzó a dar la nota y se quedó sin batería para poder arrancarla. A partir de aquí y en adelante, lo tendríamos que hacer empujando. Como molaba eso de que se nos quedara la gente mirando, nosotros tan bien equipados y con estas motos tan excelentes, muy orgullosos de nuestra condición de moteros para acabar arrancando a empujón una de las motos. Siempre acabamos tirando el glamour pos los suelos…
A estas alturas yo empezaba a arrastrar una poderosa migraña producida por las cervecitas anteriores (problemillas con excesos en mis años mozos, ja, ja), que justamente llegó a la cumbre en medio de la oscuridad y yo practicando sanamente el enduro con mi VFR por un caminito que no era el más adecuado para una deportiva de carretera, y menos cargado como iba. Los mamones de mis amigos aquí sí se lo pasaron bien, aunque a estas alturas ya estábamos tan reventados que lo único que deseábamos era llegar de una vez por todas a la acampada.
Por fin plantamos las tiendas (yo bajo mi intensa migraña y con cara de muy pocos amigos). El tiempo se nos echaba encima, eran más de las 11 de la noche y aún teníamos que hacer las brasas para la carne que llevábamos desde casa. La tensión acumulada de todo el día estalló en esos momentos, cuando Lluis y Ferran se pusieron a discutir como era la mejor manera de hacer el fuego y la carne. Jose no quiso meterse en el tema (y bien que hizo) y se abstrajo en sus pensamientos y yo por mi parte, bastante tenía que se me estaba empezando a pasar el dolor de cabeza. De todas formas, ahora nos acordamos del momento y nos reímos, sabiendo que siempre pasa lo mismo y que seguirá pasando en futuras excursiones, cuando nos juntemos los zopencos de rigor. Ya sabemos que esto es un problema atávico que viene de lejos, muchos de miles de años atrás cuando el hombre descubrió el fuego y como controlarlo, así que no vamos ahora a cambiar nuestras costumbres ¿no? La cena como cabría esperar, fue espantosa y creo recordar que alguien si comió algo en condiciones, aunque no fui yo, precisamente. Mañana sería un nuevo día y aún nos quedaban muchas aventurillas por delante.