Al día siguiente nos despertamos cuando quisimos. Yo recordaba un gran alboroto de gente y motos de la vez anterior y temía que no pudiéramos descansar a partir de cierta hora. Pues no, esta vez no se oía grandes tumultos y sobre las 09:00 creo recordar que me levanté. Coincidí con Ferran, Lluis dormiría hasta un poco más tarde y Jose acababa de levantarse para rápidamente desaparecer a su bola y no volver a verlo hasta entrado el medio día. No hacía mucho fresco pero el día no estaba muy católico, había muchas nubes y amenazaba con lluvia. Como Ferran es un tío muy práctico y sobretodo muy limpio, no se le ocurrió otra cosa que la genial idea de pegarse un bañito en uno de los dos lagos artificiales que había en el transcurso del río que bajaba de la misma montaña que debíamos subir más adelante. Todo esto a esas tempranas horas de la mañana y a unos 3.000 metros de altitud, con nieve en las caras norte de las cimas, casi nada… Además tuvo la osadía de repetir el salto de honor porque yo me lié con el descojone que llevaba al disparar la cámara.
Ya limpitos, desayunados y evacuados, nos dispusimos a dar una vuelta por los alrededores de la concentración para admirar las máquinas y los chiflados que andaban sueltos por aquí. Aquí podemos ver la colección más grande de austriacos, suizos y alemanes, amén de italianos y franceses (porque juegan en casa o casi) e ingleses (porque siempre se apuntan a estas concentraciones auténticas), con BMW HP’s (léase GS’s preparadas para off-road) y KTM del mercado. Incluso sides preparados para montaña y motos de carretera adaptadas para el verde. Calidades de preparación casi siempre apuntando a nota muy alta, aunque nunca se escapan chapuzas muy a la española.
A todo esto no sé quien se encontró con unos españoles (no fuimos los únicos pero casi) que venían de Lleida. Por lo visto eran amiguetes de Jose, y es que nuestro amigo conoce a media fauna española adictos a concentras. Nos comentaron que por la tarde estarían alojados en un cámping auténticamente motero de Francia y nos invitaron a ir. Tome nota bajo un plano que llevaba de la localización por si acaso. Más adelante comentamos que podría ser una muy buena idea pasar por allí para pernoctar ya que no habíamos hecho planes para la vuelta, ni sobre la ruta ni sobre las paradas.
Ya limpitos, desayunados y evacuados, nos dispusimos a dar una vuelta por los alrededores de la concentración para admirar las máquinas y los chiflados que andaban sueltos por aquí. Aquí podemos ver la colección más grande de austriacos, suizos y alemanes, amén de italianos y franceses (porque juegan en casa o casi) e ingleses (porque siempre se apuntan a estas concentraciones auténticas), con BMW HP’s (léase GS’s preparadas para off-road) y KTM del mercado. Incluso sides preparados para montaña y motos de carretera adaptadas para el verde. Calidades de preparación casi siempre apuntando a nota muy alta, aunque nunca se escapan chapuzas muy a la española.
A todo esto no sé quien se encontró con unos españoles (no fuimos los únicos pero casi) que venían de Lleida. Por lo visto eran amiguetes de Jose, y es que nuestro amigo conoce a media fauna española adictos a concentras. Nos comentaron que por la tarde estarían alojados en un cámping auténticamente motero de Francia y nos invitaron a ir. Tome nota bajo un plano que llevaba de la localización por si acaso. Más adelante comentamos que podría ser una muy buena idea pasar por allí para pernoctar ya que no habíamos hecho planes para la vuelta, ni sobre la ruta ni sobre las paradas.
Tras el encuentro y unas vueltas por la acampada para ver si encontrábamos a Jose, cosa infructuosa, decidimos que era el momento adecuado para enfrentarse a la subida a la montaña, en busca de la medalla y la camiseta. Para Lluis aquello era coser y cantar con su SuperTénéré y su manejo pero para Ferran, aunque llevaba una buena moto como la Transalp, escaseaba de experiencia en montaña y no las tenía todas consigo. Por mi parte, con buena experiencia pero con la moto más inadecuada sólo me quedaba encomendarme a San Glas para no pegarme una faba y dejar la V de recuerdo en Italia. Lluis fue tirando primero, haciendo la goma y divirtiéndose como un enano y Ferran me fue escoltando por si acaso me la metía. Lo cierto es que tampoco entrañaba una dificultad exagerada pues la pista estaba en bastantes buenas condiciones. Me limitaba a seguir la trazada buena e ir dejando pasar a los quemados con trails o enduros que me comían el culo. Así llegamos a un punto conflictivo plagado de trails BMW (de serie) haciendo cola pues no se atrevían a seguir adelante. La dificultad estribaba en una placa de piedras que salía del suelo y un peñasco que obstaculizaba el único paso decente para todo aquello que no tuviera más de un palmo de altura libre al suelo, o sea, la VFR. Paré donde pude, pues como he dicho los dueños de esas magnificas motos se agrupaban en desorden, temerosos de ensuciar sus monturas con el barro esparcido por la pista. Con la ayuda de mis compañeros pusimos unas piedras para salvar un agujero inmediato a un escape para rodear la gran piedra. Un poco de equilibrio con el embrague y el gas, remar un poco con las piernas y el paso quedó atrás sin muchas dificultades. Nos partimos de risa al ver como los señoritos nos observaban con las maniobras e inmediatamente encendían sus motos para seguir el camino abierto. Si llego a venir con mi antigua BMW les hubiese enseñado como se pasaba volando ese tramo de piedras. En fin, lo que comentábamos, de domingueros hay en todos sitios, hasta aquí.
Continuamos por el camino hasta que por fin nos encontramos con Jose. Bajaba de la cima y nos dijo que debido a la gran cantidad de nieve, la reunión para darnos el premio lo habían puesto… unos 200 m nada más iniciar la pista. Con la concentración de la conducción pasamos por delante del control y ni nos dimos cuenta. A estas alturas yo tenía las muñecas y los riñones machacados, aparte de que sonaba no sé qué en la moto que no me hacía mucha gracia. Además, Jose comentó que había un par de pasos difíciles en los que la nieve había tapado el terreno, justo en unas curvas muy cerradas en subida. Quizás para subir tenía alguna opción pero bajando con los neumáticos que calzaba, podría ser ostión seguro. Barajé todas las posibilidades y decidí dejar la moto aparcada en una explanada y que me subiera Jose con su Transalp. La subida no tuvo más dificultades que el ir esquivando el intenso tráfico en el escaso kilómetro y medio que faltaba para la cima. Fue una lástima quedarme a tan poco del final pero creo que decidí adecuadamente.
Por fin paramos donde ya no se podía continuar más, aunque había gente haciendo verdaderas locuras sobre la nieve. Allí estuvimos un buen rato, observando a los zumbados como se iban pegando leches o la habilidad de otros para esquivarlas. Recuerdo que la primera vez que vinimos había más nieve alrededor nuestro pero estaba como más bien distribuida, de modo que nos permitió llegar en moto hasta la zona del lago y propició igualmente el disfrute a los más quemados del malabarismo sobre nieve. Después de un rato y hacernos las fotos de rigor, marchamos para abajo. En una de las famosas curvas con nieve, Ferran tuvo dificultades para enlazarla y a punto estuvo de estampar la moto en el suelo. Menos mal que me di cuenta de la situación y le eché un cable para impedir el desastre. A partir de ahí, incluyendo la recogida de mi moto, no hubo nada más reseñable de mención hasta la zona de las medallas, a parte de mi cansancio debido a la delicada conducción.
Lo de los premios fue un poco timo, pues por la camiseta nos querían clavar unos 20 €, viendo que la calidad del tejido dejaba mucho que desear. Las medallas se habían agotado pero creo que también costaban un ojo de la cara. Al menos hicimos un pequeño almuerzo de bocata y bebida por la cara, porque todavía no sé si podíamos cogerlo gratis o había que pagar algo también. Ferran al final si compró una camiseta para llevársela de recuerdo a su crío, cosas de los papis…
Por fin paramos donde ya no se podía continuar más, aunque había gente haciendo verdaderas locuras sobre la nieve. Allí estuvimos un buen rato, observando a los zumbados como se iban pegando leches o la habilidad de otros para esquivarlas. Recuerdo que la primera vez que vinimos había más nieve alrededor nuestro pero estaba como más bien distribuida, de modo que nos permitió llegar en moto hasta la zona del lago y propició igualmente el disfrute a los más quemados del malabarismo sobre nieve. Después de un rato y hacernos las fotos de rigor, marchamos para abajo. En una de las famosas curvas con nieve, Ferran tuvo dificultades para enlazarla y a punto estuvo de estampar la moto en el suelo. Menos mal que me di cuenta de la situación y le eché un cable para impedir el desastre. A partir de ahí, incluyendo la recogida de mi moto, no hubo nada más reseñable de mención hasta la zona de las medallas, a parte de mi cansancio debido a la delicada conducción.
Lo de los premios fue un poco timo, pues por la camiseta nos querían clavar unos 20 €, viendo que la calidad del tejido dejaba mucho que desear. Las medallas se habían agotado pero creo que también costaban un ojo de la cara. Al menos hicimos un pequeño almuerzo de bocata y bebida por la cara, porque todavía no sé si podíamos cogerlo gratis o había que pagar algo también. Ferran al final si compró una camiseta para llevársela de recuerdo a su crío, cosas de los papis…
El cielo cada vez se estaba poniendo más plomizo y presagiaba un buen chaparrón, de esos de los Pirineos. Así, que fuimos tirando y recogimos con cierta prisa el campamento. Detalle a recordar la visión del pedazo de colchón de espuma que se trajo Lluis para dormir, todo un señor en cuanto a comodidad. En fin, somos la Peña Moto Basura y eso se lleva muy adentro. A medida que íbamos bajando hacia el pueblo, el tiempo empeoraba por momentos hasta que al final comenzó a llover cerca de Bardonecchia. Allí, Jose decidió que quería continuar la ruta en solitario, más tranquilamente y que quizá nos encontraríamos en el cámping motero. De modo que nos despedimos y llenamos depósitos para continuar con la aventura, pasados por agua. Detalle sobre los motoristas italianos que son casi tan simpáticos como nosotros. De todos los saludos que lanzamos no se nos devolvió ni tan siquiera uno, entonces debe ser que los bichos raros son los franceses.
Una vez salidos de Briançon, ya en tierras francesas, encaramos nuestras motos hacia el oeste, dirección al cámping. El maravilloso paisaje, con los Alpes a nuestra derecha y un inmenso cañón al otro lado, junto con el recorrido de la carretera bien suplió la incomodidad de la lluvia. La ruta no debía ser muy larga porque más o menos hacíamos la mitad de camino que el día anterior. Una vez paró la lluvia, alrededor de mediodía y con el asfalto ya seco, nos lo volvimos a pasar en grande trazando con una seguridad espantosa por sitios que no habíamos pisado antes jamás. Desgraciadamente, el reloj se encargo de desmentir nuestro pensamiento inicial, pues con el engaño de la distancia elegimos rutas totalmente alternativas de la estupenda red de carreteras secundarias que nos proveía esta región. Esto, más el clima de la mañana y que también perdimos un montón de tiempo liados con el tema de los repostajes de gasolina en este país. A partir de las 6 de la tarde cierran todas las gasolineras que no estén en una gran ciudad y la única forma de abastecerse es a través de los surtidores de las grandes superficies o supermercados. Lo malo es que sólo funcionan con una tarjeta de crédito emitida en Francia, por lo que las Visa y demás no sirven de absolutamente nada. Así que en situación extrema, ya que yo hacía 40 km que iba en reserva y Ferran que acababa de entrar y no nos daba para llegar al cámping, decidimos hacernos entender medio en francés, medio en inglés, medio en catalán (por lo de que se parece un poco al francés) con una joven pareja para que nos aceptara unos euros en metálico a cambio de que ellos nos echaran la gasolina con su tarjeta. La chavala se comenzó a partir de la risa (aunque a esas alturas estábamos un poco desesperados) y el chico acepto sin problemas el canje. Comentamos después que seguramente éramos la anécdota más curiosa que les debía haber pasado desde hacía unos cuantos días. Por fin llegamos, tras costarnos un huevo encontrar el dichoso cruce que nos llevaría al destino, al famoso cámping. Justo en el tiempo en que comenzó a caer la noche. El sitio, auténtico donde los haya. Hasta prohibían la entrada de coches y animales, solamente motos o sides. Nos recibieron con un ¡Viva España! (cuanto daño ha hecho Manolo Escobar para nuestra imagen) y con una cervecita bien fresquita (la mía sin alcohol, pero excelente). El ambiente genial y 100% motard. Todo muy cuidado y limpio y la dueña muy atenta con nosotros. ¿Dónde te pueden dejar hacer un burn-out en la misma plaza de la recepción si no es aquí? Fue estupendo. Allí volvimos a encontrar al chico de Lleida y estuvimos charlando con él hasta altas horas de la noche, en la que nos contó anécdotas de su época corriendo rallyes de asfalto, todo un personaje. Gran detallazo de los dueños que nos invitaron a una ronda porque era el cumpleaños de la mujer. Cuando salimos del bar para ir a dormir descubrimos que estaba lloviendo de nuevo. Que asco. Mi tienda, que es muy cutre no aguantó ni media hora y tuve que ir a dormir a la de Ferran, pues estaba totalmente encharcada. Debíamos descansar porque mañana todavía quedaba un buen tute para llegar a casa.
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